Poco a poco vamos aprendiendo, aunque sea de una forma bastante forzada y a trompicones, lo inevitable del respeto.
Venimos de una mentalidad de dominación y sumisión que usaba la manipulación continua para obtener del otro aquello que uno quería.
Eso implicaba, entre otras cosas, el cultivo intencionado de la baja autoestima, normalmente mediante la humillación continuada, a fin de que el otro accediera más fácilmente a nuestras pretensiones.
Pero eso parece que poco a poco se está acabando, que empieza a ser ya un simple resto del pasado.
Y eso lo podemos constatar cada uno de nosotros, cada vez nos cuesta más manipular a los demás para que hagan lo que queremos. Nos damos cuenta de que ya no podemos obligar a nuestros hijos, alumnos, electores o a quién sea que queramos obligar, para que hagan lo que queremos.
Y nos hacemos conscientes de que tampoco nosotros estamos dispuestos ya a dejarnos manipular por los otros. Estamos más despiertos y desengañados y ya no permitimos que otros vayan decidiendo por nosotros.
En estas circunstancias no nos queda otra opción que actuar respetando la voluntad del otro, hacer lo que podamos pero respetando siempre lo que el otro quiera hacer.
Puede que inicialmente esto nos parezca caótico y agotador, pero a la vez es, sin duda alguna, el inevitable principio de un tiempo realmente nuevo.
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