La madurez está relacionada con nuestra manera de asumir nuestro pasado y lo que en él vivimos. Sin vergüenza, sin culpas, pero también sin justificación ante nuestros errores.
Porque nuestro proceso de aprendizaje muchas veces vino de la mano de esos errores, de esas equivocaciones que reflejaban nuestra inmadurez.
Hemos de asumir que lo hicimos lo mejor que pudimos y que supimos, pero que eso no significaba que siempre lo hiciéramos necesariamente bien.
Podemos mirar incluso el daño que pudimos hacer a otros desde la comprensión de cómo nos encontrábamos entonces y, desde esa misma comprensión, comprender también a aquellos por quienes nos sentimos dañados.
Y esto es sano tanto a nivel individual como colectivo. Porque también un grupo o país maduro es aquel que es capaz de contemplar, desde las ganas de aprender y trascender, sus errores del pasado.
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