Perdonar no es tapar el pasado como si no hubiese existido, no es relegarlo a un profundo olvido.
Ni tampoco, desde un sentimiento de deuda mantenido y de superioridad moral, otorgar "generosa clemencia" a aquellos que nos ofendieron.
Tiene más que ver con la capacidad de reconocer y comprender en profundidad lo que sucedió y de llegar, así, a trascenderlo. No tanto como un reconocimiento del daño cometido, sino como un reconocimiento del dolor vivido.
Es la comprensión de ese dolor y de sus causas, del miedo y de la falta de amor que se esconde siempre detrás del daño y del sufrimiento.
Es un darnos cuenta de que sólo el amor tiene sentido y trasciende profundamente al miedo y al odio, y de que nos corresponde a nosotros decidir, en cada momento, que emoción queremos tener y compartir en nuestras vidas, si el rencor o el amor.
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