Nadie puede salvarnos, sólo nos salvamos a nosotros mismos. Es algo que aunque ya ha quedado dicho, necesitamos recordar a menudo.
Y el que nadie pueda salvarnos es prueba de nuestra grandeza y de nuestro impresionante poderío.
No somos, aunque algunas veces podamos sentirnos así, seres carentes, vulnerables y frágiles que necesitan ser salvados.
Sino que ser salvados es algo indigno para seres como nosotros. Cuando sentimos lástima por nosotros mismos olvidamos nuestra dignidad, cuando sentimos lástima de los otros olvidamos la suya.
Podemos ayudar y ser ayudados, pero sin que se pueda o se deba cruzar el límite que nos prive de la responsabilidad sagrada que cada cual tenemos con nuestra propia vida.
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