Muchas veces vivimos con miedo a amar, con miedo a abrirnos no vayan a hacernos daño.
Sentimos que si amamos podemos llegar a sufrir mucho, que pueden partirnos el corazón, o que la pérdida de eso que amamos puede acabar con nosotros.
Ese miedo nos viene de nuestro niño herido, de las carencias afectivas que arrastramos desde nuestra infancia.
Pero hemos de tener claro que lo que realmente nos duele es el amor que no nos dieron, no el que sí nos dieron. Porque el amor, aunque haya quien piense lo contrario, nunca duele. Duele el apego, la necesidad, pero no el amor. El amor es liberador.
Precisamente, cuando somos capaces de trascender nuestros miedos es cuando podemos abrir por completo nuestro corazón, y cuando estamos en disposición de descubrir, así, la fuente inagotable de amor que somos.
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