El tiempo pasa y eso conlleva inevitablemente cambios en nosotros.
Esos cambios pueden ser vividos de forma más o menos traumática en función de aquello que consideremos prioritario.
Si nos centramos exclusivamente en la cuestión física, el paso del tiempo suele suponer un ir perdiendo facultades y un ir avanzando en un más o menos lento proceso de declive hasta el inevitable desenlace final.
Pero si, por el contrario, sentimos que es nuestra evolución interior lo más importante, el paso del tiempo no es ningún problema, forma parte del proceso de nuestro aprendizaje y maduración. Y, en ese proceso de maduración, no tiene por qué producirse ningún declive, puede ir en progresión ascendente a lo largo de nuestra vida hasta la experiencia vital del tránsito.
Es la madurez interior la que nos aporta el temple y la serenidad de aquél que comprende mejor la realidad en la que vive y que es capaz de contemplarlo todo desde una mayor perspectiva y distancia.
Porque no es menos bello un árbol en otoño de lo que pueda serlo en primavera.
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