La mejor labor que podemos hacer por los demás es la que hacemos sin darnos cuenta, la que viene como resultado de la simple emanación de lo que somos.
Cuando, conscientemente, queremos ayudar a otros, muchas veces suele ser por razones inconscientes como una necesidad de reconocimiento, sentirnos mejores personas, conexiones compasivas en la que proyectamos nuestra lástima en otros, etc.
Y eso se hace un poco a ciegas, sin saber muy bien el papel que eso que el otro está viviendo tiene en su proceso de evolución o el nivel de responsabilidad que se está negando a asumir y que queremos asumir nosotros.
Sin embargo, la clave está en resolver nosotros nuestros propios conflictos internos y evolucionar. Hacer, sencillamente, de nuestro propio campo energético, un campo de armonía.
Es, entonces, cuando vamos llevando esa armonía y esa transformación allí dónde vamos, con nuestra mera presencia, y con la misma naturalidad y sencillez con la que una rosa expande su fragancia, como simple manifestación de aquello que es.
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