Una de los problemas que veo en relación a la política es el mal ejemplo que supone en el tema de la honestidad del discurso. Suelen tener de forma permanente un discurso justificatorio que esconde las verdaderas razones. Buscan un discurso con el que vender sus decisiones e intereses.
Un discurso con trampa en el que, además, buscan desmontar las incoherencias del contrario pero nunca se cuestionan las suyas. Y en el que uno tiene la sensación de que no respetan mucho la inteligencia de aquellos a quienes se dirigen.
Y la cuestión es que da la impresión de que la política conlleva necesariamente eso, que no pueden dar las verdaderas razones porque les debilita su posición de poder.
En todo caso, se trata de un juego que está completamente agotado. Ellos son conscientes de su pérdida de credibilidad ante la ciudadanía, pero no conocen otra forma de jugar en ese campo de la política y el poder.
Es clave que los ciudadanos de a pie no juguemos a ese juego. Sólo siendo lo más honestos que podamos con las verdaderas razones de aquello que hacemos y dando con ello ejemplo a los políticos que, al fin y al cabo, son personas como nosotros.
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