Creemos que la indignación moral por un acto que consideramos aberrante es un signo de superioridad moral. Y es por eso que muchas veces tendemos a juzgar, porque es una forma más de sentirnos superiores.
Juzgamos desde nuestros rígidos parámetros, que en muchos casos ni siquiera son nuestros, sino una serie de creencias o prejuicios heredados.
Y aprovechamos esos juicios para poder sacar nuestra negatividad y malestar, disfrazando de justa indignación nuestro enfado o nuestro odio.
Todo acto que podamos considerar negativo no deja de ser una demanda de amor, una muestra del dolor atrapado que sólo se sana con amor, no con más desprecio.
E incluso nuestra tendencia a juzgar es una demanda de amor. Precisamente quiero ser moralmente superior porque pienso que así soy más digno de amor en un mundo en el que, creo, que el amor es un bien escaso.
Todo cuanto realmente existe es siempre digno de ser amado, y esto, fundamentalmente, porque siempre, siempre, somos dignos de amar.
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