Cada vez nos queda menos espacio para las mentiras, y la confianza está pasando de basarse en creernos promesas e ilusiones, a basarse en la comprobación de los hechos y las acciones.
Cuando nuestra mente funciona con creencias y prejuicios, las mentiras son necesarias para sostener esa tramoya de autoengaño.
Cuando basamos nuestra alegría en expectativas que no son más que ilusiones de lo que queremos que sea, las mentiras son siempre necesarias para poder sostenerlas.
Y en esa situación somos fácilmente manipulables porque nosotros mismos somos los que jugamos a manipularnos.
No se trata de entregarnos a la desconfianza y encerrarnos en nuestros estrechos límites mentales, y no se trata tampoco de vivir a la defensiva.
De lo que se trata es de ir descubriendo una nueva confianza mucho más real y que tenga su base en la honestidad para con nosotros mismos.
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