Observo la constante necesidad de aprobación de muchas personas y como eso es un claro síntoma de desvalorización.
Es nuestro niño interior, ese niño que fuimos, el que sigue reclamando que le aprueben y le comprendan. Y es el adulto que ahora somos, el único que puede aprobarlo de una forma sana.
Buscar fuera la aprobación es una trampa que nunca nos funciona. Por un lado, podemos intentarla a toda costa, negándonos a ser nosotros mismos e intentando complacer las expectativas o necesidades de otros. Ahí no nos respetamos a nosotros mismos.
O podemos ser nosotros mismos e intentar una y otra vez que los demás, generalmente personas de nuestro entorno cercano, comprendan y aprueben aquello que hacemos, pensamos y sentimos. Y ahí no respetamos a los demás.
Uno ha de ser él mismo y procurar estar en coherencia, comprendiendo que habrá personas que de forma natural se sientan en sintonía con nosotros y otras que no lo estén. Y sabiéndonos adultos capaces de asumir nuestra responsabilidad y de aprobarnos a nosotros mismos.
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