Cuando profundizamos en nuestra vida y en la vida en general, no lo hacemos para complicárnosla sino, precisamente, para simplificarla.
Se trata de desliar la madeja en la que nuestra mente anda metida. De desanudar los nudos que nos bloquean y salir de nuestro laberinto.
Se trata de aprender a distinguir lo realmente esencial de lo que es trivial y accesorio, de ver lo que realmente es más importante en nuestra vida y valorarlo como tal.
Aquellos que se niegan a mirar su vida no es que no quieran complicársela sino que no quieren ver ni saber nada de la complicación que tienen, con lo que suelen complicársela a otros.
Y, por eso, sabemos que vamos por el buen camino cuando nuestra vida tiende a ser cada vez más clara y transparente, más sencilla aún cuando a la vez pueda ser más profunda.
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