El odio nada tiene que ver con el amor, no es su contrario siquiera. En todo caso, es lo contrario al apego, que muchos confunden con el amor. Pero ambas cosas, son un obstáculo para el amor.
La palabra odio nos resulta muy fuerte y no parece que nos hagamos muy conscientes del cómo odiamos y del enorme espacio que el odio ocupa dentro de nuestro mundo emocional.
Cuando estamos enfadados con alguien, cuando le condenamos y criticamos, convencidos de que debería comportarse de otra forma, estamos odiándole.
Odiamos cuando pensamos que alguien nos hace infelices o desgraciados, que nos hace sufrir o nos vuelve loco.
El odio es tan cotidiano en nuestra vida que lo asumimos como normal y nos cuesta verlo con esa palabra porque, en buena medida,fuimos educados y criados en él.
Sólo cuando uno descubre que hay otra forma muy distinta de relacionarse, mucho más centrada en el respeto, es cuando uno puede darse cuenta de lo dañino de esas actitudes y de lo absurdamente infelices que nos hacen.
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