Para mí hay una forma sencilla de ver qué actitudes o ideas son las que favorecen nuestro proceso evolutivo: cuando favorecen una visión de unidad con el otro, son evolutivas, y si me separa de él, son involutivas.
Por eso cuando juzgamos al otro, en vez de considerarle muestro espejo, lo que queremos es marcar diferencias con él y pensar que, al menos en ese aspecto, somos mejor que él.
O también cuando pensamos que nuestra ideología, religión o nacionalidad es superior a la del otro. Son sólo formas, y además irreales, de marcar diferencias para sentirnos más identificados y que no nos permiten evolucionar.
Evolucionamos cuando sentimos que el otro es un igual, cuando ese juego de separación se acaba, cuando me hago consciente de que el otro me muestra lo que yo también soy y que no es más que mi espejo, y que lo que haga con él es lo que hago conmigo.
Que la única diferencia real es la derivada de estar más o menos despiertos a esa unidad subyacente que realmente somos.
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