En las relaciones personales, sin aceptación del otro tal cual es no puede haber ni respeto ni amor.
Cuando le decimos a alguien: "me gustaría que fueses de tal forma", le estamos diciendo sutilmente: "tal como eres no me gustas, quiero que seas otro".
Es infantil pensar que la otra persona puede ajustarse a las expectativas fantasiosas que de ella nos creamos. Y podemos comprobar por nosotros mismos lo negativo que nos es intentar responder a las expectativas de otra persona y no permitirnos ser nosotros mismos.
Por otro lado, cuando las expectativas se ven frustradas, surge en nosotros un malestar hacia el otro que hace que no podamos ser amorosos con él, como en una necesidad de castigarle.
Es el momento de trascender ese juego de niños heridos y aprender a relacionarnos como adultos que se responsabilizan de sus propias necesidades emocionales, sin esperar ya a que sea el otro el que se las resuelva.
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