Nuestra mirada suele distorsionar la realidad, no la vemos nunca tal cual es.
Y eso es normal porque miramos también a través de nuestras creencias erróneas, muchas de ellas heredadas, de nuestros prejuicios, traumas, experiencias negativas, deseos compensatorios, etc.
La clave está en ir descubriendo esas distorsiones y todo aquello que condiciona subjetivamente nuestra mirada para ir aclarándola e ir ganando en objetividad.
Y para hacer eso es inevitable atreverse a mirar y pensar el mundo por uno mismo. Si miramos con la mirada de otro, nunca podremos detectar la suciedad del cristal de nuestra mirada.
Hay que atreverse, pues, a mirar por uno mismo, desde la humildad de saber lo subjetivo y limitado de nuestra mirada, desde una sana apertura a otras miradas, y desde una permanente disposición a ir enfocando cada vez mejor.
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