La grandiosidad es un sucedáneo artificial de nuestra auténtica grandeza.
Cuando conectamos con lo que realmente somos, con nuestra propia esencia, somos capaces de sentir nuestra grandeza intrínseca, una grandeza natural que no necesita de artificios ni de demostraciones, que es evidente en si misma.
El ego, por otro lado, vive inmerso en su sensación de pequeñez y de carencia, y necesita, muchas veces, aparentar y demostrar su valía y, sobre todo, su superioridad frente a otros, mediante una aparatosa grandiosidad.
Una parte de nuestra sociedad sigue aún fascinada por el demostrar con esa grandiosidad artificial, por el aparentar más hueco y superficial, jugando, así, a un falso juego de superioridad.
Otra parte de la sociedad quiere empezar ya a ser consciente de su grandeza, y sabe que una de las fórmulas más rápidas de llegar a hacerlo, es descubrirla siempre en el espejo de la grandeza de los otros.
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