Detrás de muchas de nuestras insanas actitudes se esconde siempre el miedo: miedo al rechazo, miedo a la soledad, al futuro, a no ser capaz, a no ser lo suficientemente bueno, a la muerte...
Es el miedo el que nos lleva al apego, a aceptar la sumisión o a ejercer la dominación, y es el miedo lo que nos hace ser agresivos y atacar, o lo que nos lleva a defendernos o a vivir a la defensiva.
Hemos sido educados en el miedo y es el miedo lo que domina en nuestras relaciones, incluso cuando es el miedo a perder al otro o a no obtener de él lo que creo necesitar. Porque vivir en el miedo es vivir en la desconfianza, sobre todo en nosotros mismos y en nuestras posibilidades.
Y lo contrario del miedo, lo que lo sana, es siempre el amor, porque el amor implica siempre confianza: en la vida, en los demás y sobre todo en nosotros mismos.
Cuando somos capaces de ir más allá de nuestros miedos y de mirar al otro con amor, nos damos cuenta de que no existen las barreras ni las fronteras, que los límites que pongo para protegerme son los mismos que me limitan y los que me mantienen en la impotencia y en el miedo.
Porque el miedo se basa en la creencia de la separación, de que tenemos una realidad vulnerable y separada de los demás, y el amor es la constatación de que todos y todo formamos parte de una misma realidad.
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