Cada persona se comporta y actúa como puede y como sabe, no como nosotros deseamos.
Esto es doloroso sobre todo en la infancia, dónde el niño siente interiormente que sus padres no le dan lo que necesita, que no recibe el cariño y afecto que precisa para tener un correcto desarrollo.
No hay en ello culpa alguna porque, en gran medida, el comportamiento de nuestros padres está derivado de la infancia que ellos mismos tuvieron y de cómo les trataron sus propios padres.
Es una especie de cadena de sufrimiento, de carencias afectivas, que va pasando de padres a hijos en un reclamo permanente de un amor no recibido.
De lo que se trata es de romper esa cadena asumiendo nuestra responsabilidad en el proceso, darnos cuenta de que ahora ya podemos convertirnos, para nosotros mismos, en el padre o la madre que tanto habíamos necesitado.
Hacernos conscientes, en definitiva, que podemos darnos el amor y la comprensión que nuestros padres no pudieron o no supieron transmitirnos.
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