Nuestro apego o nuestros miedos son signos de que aún nos quedan pasos importantes en nuestro proceso de maduración.
Madurar es ir siendo cada vez más autónomos e independientes en nuestra vida, ser capaces de solucionar nuestros problemas por nosotros mismos, aunque sea con ayuda, pero asumiendo siempre nuestra responsabilidad.
Cuando aún tenemos la necesidad de aferrarnos a otros, aún está nuestro niño herido asustado reclamando amor.
Es, desde nuestra independencia, que nunca aislamiento, desde donde podemos relacionarnos y amar en libertad.
Muchos ven la maduración como una pérdida de la inocencia, no es así, en una sana maduración nuestro niño interior está sano y nuestra inocencia preservada, pero desde la responsabilidad del adulto.
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