La culpabilidad es como una niebla que oculta la luz de nuestra alma.
Cuando nos culpabilizamos, somos incapaces de ver nuestra belleza y nos centramos exclusivamente en lo que consideramos nuestros defectos.
Y cuando culpabilizamos a otro, negamos su belleza y estamos centrados en aquello que pensamos hace mal.
Hay en esa actitud, tanto hacia uno mismo como hacia el otro, una dolorosa mezquindad porque se niega lo que consideramos positivo y se potencia y ensalza lo que consideramos negativo.
Usamos el culpabilizar a otros para quitarles valor ante nuestros ojos, y nos culpabilizamos porque nos consideramos de insuficiente valor.
Y sentimos, además, que los culpables no son merecedores de ser amados, y procuramos negarles y negarnos nuestro amor en un ejercicio de necedad extrema.
Aún así, cuando conseguimos que esa niebla levante, podemos descubrir siempre que nuestra luz sigue siendo igual de hermosa y que nunca dejamos de ser seres llenos de inocencia.
Cuando nos culpabilizamos, somos incapaces de ver nuestra belleza y nos centramos exclusivamente en lo que consideramos nuestros defectos.
Y cuando culpabilizamos a otro, negamos su belleza y estamos centrados en aquello que pensamos hace mal.
Hay en esa actitud, tanto hacia uno mismo como hacia el otro, una dolorosa mezquindad porque se niega lo que consideramos positivo y se potencia y ensalza lo que consideramos negativo.
Usamos el culpabilizar a otros para quitarles valor ante nuestros ojos, y nos culpabilizamos porque nos consideramos de insuficiente valor.
Y sentimos, además, que los culpables no son merecedores de ser amados, y procuramos negarles y negarnos nuestro amor en un ejercicio de necedad extrema.
Aún así, cuando conseguimos que esa niebla levante, podemos descubrir siempre que nuestra luz sigue siendo igual de hermosa y que nunca dejamos de ser seres llenos de inocencia.
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