Cuando nos montamos nuestras fantasías, lo hacemos desde nuestro aislamiento, es ahí donde configuramos una visión artificial de la realidad que nos permite ir tirando.
En esos casos, cuando nos relacionamos, lo hacemos desde ese traje aislante de buzo de nuestras fantasías y creencias, y lo que más esperamos del otro es que ratifique nuestra concepción de la vida.
Cuando esto se da, suele ser un intercambio de favores y estamos dispuestos a sostener su fantasía siempre que el otro siga sosteniendo la nuestra. Y claro está, esto mientras la cosa pueda ser así, cuando no, intentaremos aniquilar, aunque sea simbólicamente, al otro.
Cuando buscamos lo real de forma honesta, la soledad es inevitable y necesaria, es uno mismo quién ha de indagar, descubrir y deshacer los programas inconscientes que le impiden ser, desmontar sus fantasías.
Pero nunca lo hacemos aislados del mundo o de los demás, sino en relación permanente. Usamos esa realidad externa como espejo de lo interno y además estamos dispuestos, siempre, a contrastar nuestro parecer con el parecer de los otros.
Y es así como vamos adentrándonos en esa realidad común que hace posible las relaciones auténticas y profundas.
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