Nuestras carencias afectivas no se sanan recibiendo amor, sino dándolo.
Cuando buscamos recibir amor para compensar el amor que no recibimos en la infancia, lo que hacemos es reforzar y recordarnos permanentemente el estado de carencia.
De esa forma mantenemos en el presente ese problema que tuvimos en el pasado, y hacemos de ese problema el motor inconsciente de nuestra vida.
En esas circunstancias, el amor que creemos dar suele ser un intercambio de favores a la espera de recibir de aquél a quien doy. Vamos por la vida mendigando afecto y dispuestos a someternos a quien parezca dárnoslo.
Es, cuando nos damos cuenta de que ese juego nos atrapa, que salimos de él y descubrimos la fuente de amor que somos con nuestra mera presencia.
Una fuente que brota libre cuando no la bloqueamos con los juicios o con nuestro deseo insano de obtener algo del otro.
Cuando buscamos recibir amor para compensar el amor que no recibimos en la infancia, lo que hacemos es reforzar y recordarnos permanentemente el estado de carencia.
De esa forma mantenemos en el presente ese problema que tuvimos en el pasado, y hacemos de ese problema el motor inconsciente de nuestra vida.
En esas circunstancias, el amor que creemos dar suele ser un intercambio de favores a la espera de recibir de aquél a quien doy. Vamos por la vida mendigando afecto y dispuestos a someternos a quien parezca dárnoslo.
Es, cuando nos damos cuenta de que ese juego nos atrapa, que salimos de él y descubrimos la fuente de amor que somos con nuestra mera presencia.
Una fuente que brota libre cuando no la bloqueamos con los juicios o con nuestro deseo insano de obtener algo del otro.
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