Cuando la amabilidad nos exige un esfuerzo suele ser porque estamos negándonos a nosotros mismos.
En esos casos, lo que hay es una tendencia a querer tener una cortesía formal, o buscamos que los demás nos aprueben y nos quieran, o, simplemente, tenemos miedo a que nos rechacen.
Cuando la amabilidad brota del corazón no nos cuesta nada, y nos sentimos felices expandiendo amor. Y es una amabilidad que nos hace sentirnos felices.
Surge de una relación armónica de nosotros mismos y no busca ni pide nada al otro. Pero por eso suele ser muy contagiosa y los demás nos devuelven el amor de una forma natural.
Es como la rosa que desprende su aroma como manifestación natural y de lo que ella es, sin otro fin que la de, simplemente, ser ella misma.
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