La relación que tuvimos y que tenemos con nuestros padres condiciona poderosamente la que tenemos con nuestros hijos.
Si somos capaces de sanar la relación con nuestros padres y sanar nuestro niño herido, seremos padres disponibles para nuestros hijos y para su sano desarrollo.
Si por el contrario no hemos sanado esa relación con los padres, la relación con nuestros hijos tenderá a repetir muchos de los patrones inadecuados.
Y, además, buscaremos también compensar, a través de los hijos, los problemas y carencias que arrastramos de la relación con nuestros padres.
Por eso, cuando nos sentimos insatisfechos con la relación con nuestros hijos estaría bien preguntarnos primero cómo se encuentra la relación que tenemos con nuestros padres.
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