Estamos en un momento que exige de nosotros una visión que vaya trascendiendo la mentalidad dual.
Los frentismos cada vez tienen menos sentido. La idea de que hay los malos y los buenos, que nosotros somos los buenos, y que los otros han de ser derrotados por su perversidad, es absurda e irreal.
El dilema catalán nos muestra a una sociedad dividida y sin otra solución que la de reconocer que la otra parte tiene también sus razones. Pretender "derrotar" a los contrarios está condenado al fracaso, aunque se quiera seguir insistiendo en ello.
Ya nada puede verse de una forma tan simplificada y maniquea, ni los posibles frentes se manifiestan cohesionados y sin matices "contra los otros". Por fortuna, estamos madurando ya como sociedad.
Y no son los políticos los que pueden arreglarlo, sino el individuo concreto, el que tiene realmente la solución en sus manos, a través de una íntima y sincera coherencia consigo mismo que aporte orden al conjunto.