Durante mucho tiempo hemos estado creyéndonos muchas cosas que nos contaban y que luego resultaron no ser ciertas. Y descubrimos también que tras muchas de esas mentiras había ocultos intereses particulares.
Muchos decidieron entonces cerrar por completo y no creerse nada. Decidieron limitarse a vivir con lo que ya conocían, y que no dejaban de ser también creencias. Se cerraron así a todo lo nuevo con una costra de cinismo.
Pero para poder crecer y evolucionar es indispensable vivir abiertos a lo nuevo, estar dispuestos a hacer las cosas de una forma diferente.
Y es que no se trata ya de volver a ser crédulos e ingenuos, pero tampoco de convertirnos en incrédulos cerrados. De lo que se trata es de tener criterio propio y aprender a distinguir por nosotros mismos lo que me resuena y lo que no me dice nada.
Y aquello que yo pueda sentir o ver como verdadero, no limitarme a creérmelo sin más sino ponerlo siempre a prueba, comprobarlo y experimentarlo por mi mismo, haciendo de ello una auténtica vivencia.
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