Hay quienes insisten constantemente en que el ignorante es más feliz que aquel que no lo es, y que lo mejor es no saber y no ver, como si yendo a ciegas nos diéramos menos golpes.
En ese argumento no acaba de entenderse que ahí uno no es feliz sino ignorante de su infelicidad y que eso, precisamente, le mantendrá atado a esa infelicidad, le impedirá llegar a salir de ella.
La ignorancia es como una especie de anestesia en la que uno va más dormido por la vida, un tanto insensibilizado ante el dolor que, con su incoherencia y desarmonía, provoca tanto a sí mismo como a los demás.
Porque es la comprensión la que nos permite trascender, de forma consciente, nuestro sufrimiento. En la ignorancia no entendemos nada, ni nos entendemos a nosotros mismos ni tampoco podemos entender a los demás.
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