Las relaciones que tomamos como modelo de relaciones, y las que más nos van a marcar, son las que tenemos con nuestros padres.
Y suele ser frecuentes que esas relaciones tengan mucho de dolorosas o traumáticas, lo que genera una sensación de permanente rabia y frustración hacia ellos.
En esos casos creemos que no eran lo que necesitábamos, lo cual ya es un error de base puesto que, si tuvimos a esos padres, es porque tenían que ser esos, y a esos eran a quien realmente necesitábamos.
No es el resultado de una loteria cósmica, sino que nosotros somos el resultado de esa relación que ellos tenían, y para poder entendernos y aceptarnos hemos, también, de aceptarlos a ellos tal cual son.
Hemos de desistir por completo de que sean como nosotros queremos, o de que nos aprueben y valoren, si es que no lo hacen.
El niño que fuimos necesitaba de esa valoración y de esa aprobación, pero ahora, el adulto que somos, no la necesita ya de nadie salvo de nosotros mismos, y si sufrimos es una señal clara de que aún no nos la damos.
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