Me encuentro de viaje estos días y procuro vivirlo lo más abierto que puedo a todo lo que me sucede. No tengo expectativas, y tan sólo procuro vivir conscientemente aquello que me viene, dejándome fluir.
Siento que es un viaje sagrado que sobre todo me ayudará a ver, con más claridad aún, el hecho de que la vida ya es, en sí misma, un viaje sagrado.
Cuando tenemos un concepto preconcebido de lo espiritual o de lo sagrado, nos es difícil ver la sacralidad de lo cotidiano. Y en muchos casos, lo que vamos buscando es, precisamente, evadirnos de una cotidianidad que no nos gusta, que nos resulta insatisfactoria.
En esos casos, lo que hacemos con nuestro viaje, es intentar reforzar nuestras creencias y cerrarnos a la realidad de la vivencia.
Pero si el viaje es sagrado de verdad, como la vida, no nos dejará esa opción y nos enfrentará, con amor, a nuestras propias incoherencias y contradicciones, a fin de ayudarnos a encontrarnos con nosotros mismos y con aquello que realmente somos.
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