Siempre que culpamos a alguien, de nuestro presente o de nuestro pasado, de nuestra infelicidad nos engañamos a nosotros mismos.
Por un lado, nos estamos negando con ello a asumir la responsabilidad principal en nuestra felicidad e infelicidad y estamos dando a esa persona un poder excesivo sobre nuestra vida.
Y por otro, puede que estemos intentando manipular al otro para que, a base de sentirse mal consigo mismo, consiga hacer lo que nosotros queremos.
En muchos casos y nos haya hecho lo que nos haya hecho la otra persona en uno u otro punto, nosotros lo permitimos, hicimos dejación de protegernos y de respetarnos a nosotros mismos.
Y por otro lado no somos conscientes de la gravedad de considerar al otro culpable y merecedor por ello de algún tipo de castigo, aunque sólo sea nuestro desprecio. Lo que hacemos al otro, nos lo hacemos a nosotros mismos.