Muchas personas insisten en seguir ligando el amor al sacrificio, a la preocupación, a estar pendientes de las necesidades de los demás y anteponerlas a las nuestras, o en hacer lo que los demás quieren y disponen.
Y cuando no actúan según ese criterio y, muchas veces, aún actuando con ese criterio, siempre sienten una especie de culpabilidad, porque el sacrificio siempre podía haber sido mayor y nunca es suficiente.
No entendemos que esa visión del amor implica un falta de amor a nosotros mismos, que es una especie de dogma que se nos ha intentado imponer, sobre todo por la religión, para hacernos más sumisos.
El amor es ser coherentes con nosotros mismos, con lo que sentimos, y eso implica, en muchas ocasiones, no responder a las expectativas que los demás se hacen de nosotros.
Cuando estamos en coherencia, estamos más vivos en la vida, con más fuerza y energía y con más alegría y lucidez. Y, entonces, es eso lo que podemos, amorosamente, compartir con todos. Porque compartimos lo que somos más que lo que tenemos.
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