A veces nos cuesta entender el mundo, y pensamos que es injusto, insoportable, un lugar sin escrúpulos, lleno de egoísmos, luchas y sufrimiento.
Cuando eso nos sucede, el problema suele estar en nosotros. El mundo, sencillamente, es lo que es, y somos nosotros los que somos incapaces de adaptarnos a él, los que, de alguna forma, sentimos que no encajamos.
Esto suele ser indicativo de que hay algo en nosotros que lucha por realizarse más allá de lo que vemos, que no estamos dispuestos a renunciar a lo que íntimamente sentimos para acomodarnos a las exigencias externas que la sociedad quiere imponernos.
Y eso no deja de ser maravilloso, queremos estar en el mundo sin ser del mundo sino trayendo al mundo lo que sentimos profundamente en nuestro interior.
No se trata, pues, de quejarnos ante el mundo, de sentirnos meras víctimas de él. De lo que realmente se trata es de autorrealizarnos en él, de desplegar en él, pese a las resistencias que podamos encontrar, el maravilloso potencial que llevamos dentro.
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