La experiencia es un arma de doble filo. Por un lado puede suponernos un aprendizaje importante, porque si no la vida nos hará pasar una y otra vez por lo mismo, pero por otro lado, puede convertirse en un condicionante excesivo que limite nuestro futuro.
Cuando la experiencia ha sido positiva, podemos tener la tentación de aferrarnos a ella e intentar repetir una y otra vez lo que ya experimentamos, sin probar nada nuevo y sin darnos cuenta de que eso limita las posibilidades de lo que puede sucedernos.
Y si la experiencia ha sido negativa podemos cerrarnos puertas sin darnos cuenta de que las nuevas situaciones vienen en otro momento de nuestra vida y de formas muy variadas, y que lo que fue negativo en un momento dado puede ser necesario en otro.
Es por eso que es importante que vivamos abiertos de forma permanente al aprendizaje continuo que la vida nos trae en ese preciso momento. Viviendo ese momento como único e irrepetible.
Porque, mientras más evolucionamos, mejor podemos aprovechar el aprendizaje de la experiencia, usándolo, no para encerrarnos en lo conocido, sino para, ya desde esa mayor sabiduría, abrirnos más a la realidad y a todas las nuevas experiencias que la vida nos pueda traer.
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