En las relaciones solemos combinar varios aspectos que ya de por sí, separados, las dificultan mucho pero que combinados hacen que éstas sean algo poco menos que imposible.
Por un lado la cuestión de las expectativas, no aceptamos al otro tal como es sino que pretendemos que sea como lo que nosotros creemos necesitar. Esto nos pone ya en conflicto con la simple realidad de ese otro.
Por otro lado, el apego, al que confundimos con el amor. Nos aferramos al otro por una combinación de miedos, entre ellos el miedo a estar solos, y consideramos a ese otro como necesario para nuestra vida.
Y por si eso fuera poco, solemos acompañar todo esto con la creencia previa de cómo deben ser, como por decreto, las relaciones: "Los hermanos tienen que quererse...." "A los padres hay que amarles...", "la pareja tiene que estar feliz..." etc. Y con una visión del amor entendido, además, como sacrificio, preocupación, celos...
Con este conjunto de despropósitos se hace muy difícil que nuestras relaciones puedan ser auténticas y fluir armoniosamente puesto que en ellas apenas dejamos espacio para lo más importante de todo: la libertad de ser nosotros mismos en ellas y de permitir que el otro también lo sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario