Muchas veces deseamos que las cosas, la vida o las personas sean de una determinada manera que creemos que nos resultaría más favorable, más cómoda o que nos aportaría felicidad.
Un deseo que nace de nuestro pasado, de nuestras carencias, de nuestros traumas, de nuestra educación o creencias. Y proyectamos así nuestro pasado al futuro, condicionándolo por completo.
De ese deseo nace una frustración o malestar permanente ante lo que la realidad es y lo que nos trae, porque no se corresponde a nuestras expectativas.
Y enfocamos nuestra voluntad a cambiar esa realidad externa, desde actitudes de acción directa, o enfocándonos mentalmente, o mediante meditaciones, en aquello que queremos que sea.
Pero, realmente, cuando los cambios tienen más fuerza, es cuando operamos más allá de nuestra voluntad enfocada en nuestros deseos, cuando aceptamos y nos abrirnos por completo a esa realidad tal cual es y profundizamos honestamente en ella.
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