A veces construimos unas estructuras de autoprotección que nos aíslan de los demás. Es como una especie de armadura para evitar que nos hagan daño.
Preferimos la insensibilidad a la posibilidad de tener que pasar por situaciones que nos produjeron demasiado sufrimiento.
La clave está en comprender que esas estrategias de defensas se basan en una inseguridad interior y que, al mantenerlas, reforzamos esa inseguridad.
Es importante sanar esas heridas del pasado e ir reforzando nuestra confianza en nosotros mismos a través de un saludable autoconocimiento.
Cuando así lo hacemos, es cuando estamos en disposición de abrir nuestro corazón a los demás porque, desde esa confianza interior, es desde donde conectamos con nuestra propia fuerza y donde el miedo ya no tiene sentido.
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