Hay personas que consideran que negar la dimensión espiritual es un claro signo de madurez, de no querer creer en fantasías consoladoras que den respuestas fáciles.
Confunden, así, espiritualidad con religión, porque ha sido la religión la que ha querido tratar, en muchas ocasiones, a las personas como si fuesen niños pequeños.
No entienden esas personas, que la negación de la espiritualidad es también la negación de la profundidad de la vida humana.
Cuando negamos nuestra dimensión más profunda nos convertimos en seres superficiales, y no entiendemos nada de lo que ocurre en nuestras vidas, y, además, desde el convencimiento de que nada puede entenderse.
Sólo desde un conocimiento más profundo de lo que somos la vida puede tener sentido para nosotros y podemos vivirla como un auténtico descubrimiento permanente.
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