Se suele entender la inteligencia como un elemento activo. Uno reflexiona, investiga, busca, estudia, etc.
Pero es esencial tener también una cualidad pasiva: la receptividad, la cual requiere, en muchos casos, del silencio interior para que pueda darse.
Cuando somos capaces de permanecer en una actitud receptiva es cuando nos puede llegar lo que nos dice nuestra sabiduría interior, o, en muchos casos, cuando accedemos con más facilidad a nuestra intuición.
Mientras que lo activo suele moverse en el terreno de lo ya aprendido y conocido, la receptividad se abre a lo nuevo, al flujo creativo.
Y esto es fácil de entender si lo comparamos con una conversación en la que lo que yo hablo tiene que ver con lo yo que ya sé, y lo que escucho con lo que puedo llegar a aprender.
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