Estamos inmersos en una sociedad y una cultura de la actividad en la que a la parada y al descanso no se le da demasiada importancia.
Obsesionados con la rentabilidad de un tiempo que sabemos limitado, lo ocupamos siempre al segundo con actividades de todo tipo.
Olvidamos la importancia de tener un tiempo para no hacer nada, un tiempo en el que limitarnos a estar y a ser.
Porque tan necesario es el tiempo de la actividad como el de la parada y al igual que en la respiración hay un tiempo activo, la inhalación, y un tiempo pasivo, que permite salir el aire, también ha de haberlo en nuestra vida.
Hemos de darnos el permiso de no hacer, el permiso para descansar conscientemente y relajarnos en la quietud.
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