Suele existir en nosotros la tendencia de intentar cambiar a los demás para que se ajusten más a nuestras expectativas.
Y una de las armas que usamos para ello es el castigo. Intentamos castigarles para hacerles ver nuestro malestar y nuestra intención de que cambie.
Muchas veces puede ser un castigo de baja intensidad, reprimiendo nuestra capacidad de ser amorosos con la otra persona, o con un enfado permanente.
Pero esto es algo que condiciona negativamente nuestras relaciones y, sobre todo, nuestro bienestar, ya que nos negamos a brillar y estamos mal con nosotros mismos.
Considero clave aceptar al otro tal como es y, después, ajustar nuestra actitud para que sea la más adecuada para manifestarnos en la relación honestamente, tal como somos y sin necesidad de castigar o de buscar cambiar al otro a nuestra conveniencia.
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