La culpabilidad no tiene que ver con el hecho de obrar mal, sino con el hecho de desobedecer unos preceptos, habitualmente interiorizados, que nos inculcaron. Nos sentimos culpables cuando dejamos de cumplirlos.
Esto es esencial entenderlo porque, para poder evolucionar, es necesario que transgredamos muchos de los programas mentales y de las creencias que traíamos.
De repente nos vemos en la tesitura, para ser coherentes con nosotros mismos, de hacer las cosas de una forma diferente a como las hicieron nuestros padres y eso nos producirá un sentimiento de culpa que a veces puede llegar a ser bastante intenso.
Un sentimiento que tenderán a alimentar más aquellos que aún creen en esos programas y creencias. Es posible que incluso esas personas nos recriminen muchas de nuestras actitudes rompedoras.
La clave está en estar conectados con nuestro corazón y con aquello que sentimos como necesario y adecuado en nuestra vida, en ser, así, coherentes con nosotros mismos. Y la culpa, poco a poco, tenderá a ir diluyéndose, porque no es sino una parte más del proceso de evolución.
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