martes, 23 de mayo de 2017

AL JUZGAR, NOS JUZGAMOS



Los juicios que emitimos sobre otras personas están exentos de amor, más aún en una sociedad que hizo del amor algo que hay que merecer o ganarse.

Los juicios han sido tradicionalmente una forma de desvalorizar al otro, para proyectar nuestro sentimiento de culpa, para salir mejor parados en la eterna comparación o para someterlos y manipularlos.

El juicio no va nunca a la causa del problema sino que se queda en sus síntomas, en sus consecuencias. No tiene una actitud de acercarnos al otro para comprender sus razones.

Y no nos damos cuenta de que al juzgar reforzamos con ello el diabólico juego de baja autoestima en el que estamos metidos. Cuando condeno, me condeno.

Es el momento de soltar esa sensación de no ser lo suficientemente buenos y de que no nos merecemos todo el amor que hay en nuestra vida. Cuando nos abrimos a ser comprensivos y a amar, es cuando realmente nos abrimos también a ser amados.

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