Cuando hacemos del amor un ideal deseable al que aspirar o cultivar, lo relegamos a la categoría de fantasía y le despojamos de su verdadero carácter real.
Toda fantasía es un intento de compensar algo que creemos real. Y la fantasía del amor intenta compensar la carencia amorosa o el odio que consideramos reales.
Pero pocas cosas hay tan irreales como el odio, para el odio necesitamos crearnos una fantasía en la que el otro es alguien negativo, no merecedor del amor. Una fantasía en la que, además, negamos sus aspectos positivos.
Cuando dejamos de asociar el juicio al amor, el amor aparece naturalmente como la realidad que es, el amor nos llena, y no necesitamos reivindicarlo.
Tan sólo se trata, pues, de dejar de bloquear al amor, de permitirle ser en nuestra propia presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario