Una casa ha de comenzarse por los cimientos para que resulte firme.
Así, nosotros hemos de tener una personalidad lo más sana posible para poder desplegar nuestro potencial y vivir de una forma más equilibrada nuestra espiritualidad.
Y eso empieza por sanar aquello que arrastramos de nuestra infancia, lo que solemos denominar como nuestro niño interior herido.
Cuando eso no lo hacemos, tendemos a buscar en aquello que hagamos, o en nuestra forma de vivir la espiritualidad, una compensación a las carencias no resueltas, algo que nos ayude a compensar nuestros desequilibrios.
Se trata siempre de resolver y sanar y no de compensar, puesto que las compensaciones no hacen sino perpetuar el problema.
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