Todo se renueva, y la primavera es la prueba más evidente de ello. Es la muerte que supone el invierno lo que permite la llegada de lo nuevo.
Tememos la muerte porque pensamos que es el final, pero no es así, es tan sólo el final de lo conocido, de aquello con lo que nos identificamos.
Y también es, precisamente por ello, que tememos abandonar el terreno de lo conocido y que pretendemos hacer de la vida un lugar "seguro y estable" donde no nos renovamos, un lugar en el cual tendemos a guarecernos en supuestos refugios o zonas de confort.
La renovación es esencial para que todo cobre una nueva fuerza, un nuevo brío. Y es preciso, por eso, hacer que la vida esté permanentemente abierta a lo nuevo, al cambio.
Cuando vivimos permanentemente abiertos a ese cambio que cada instante nos trae, viviendo con consciencia nuestro presente, la muerte deja de ser algo peligroso o amenazador y lo vemos, simplemente, como una nueva transformación en nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario