Nuestros deseos suelen nacer de aspectos no sanados de nuestro pasado, buscamos compensar en el futuro carencias, sobre todo emocionales, que arrastramos de ese pasado.
Y es por eso que la realización de nuestros deseos nos suele dejar con un poso de insatisfacción, como si no fuera suficiente, y nos ponemos a perseguir otro nuevo deseo.
Nos hacemos adictos a las ilusiones, aún cuando la propia palabra nos hable ya de su carácter irreal, y lo que nos hace disfrutar es la fantasía de la posibilidad de disfrutar en el futuro, como esas personas que disfrutan más preparando un viaje que viviéndolo.
Y al enfocar así nuestra energía, desde esa adicción, nos negamos a sanar nuestro pasado, pues sabemos que eso nos supondría también ver la irrealidad y lo absurdo de nuestros deseos.
Preferimos pues, muchas veces, aferrarnos a nuestra fantasía que descubrir nuestra realidad, sin darnos cuenta de que la paz interior sólo puede venir de la observación, comprensión y aceptación de esa misma realidad que somos.
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