El otro día una amiga me ayudó a ver el problema del abandono que muchas personas sufrieron en su infancia.
Cuando hemos sufrido abandono hay una tendencia insistente en agradar a los demás. Buscamos a toda costa sentirnos acogidos.
Ahora bien, eso no hace sino perpetuar el problema, ya que es una actitud que conlleva el peor de los abandonos, el de nosotros mismos. Es lo que ocurre cuando intentamos agradar continuamente a los demás.
Así, pues, se trata de lo contrario, se trata de acogernos a nosotros mismos y de darnos el cariño que no nos dieron. A partir de ahí, ya no mendigaremos ni exigiremos más el cariño ajeno.
Precisamente, podemos percibir cuando hemos trascendido el problema de abandono cuando nos respetamos y nos atendemos adecuadamente, y cuando ya podemos disfrutar de los demás sin la ansiedad de la demanda.
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