Que nadie te venda sus miedos y, sobre todo, no le compres tú sus miedos a nadie.
Muchos de los miedos que tenemos ni siquiera son miedos nuestros, sino que nos vienen de otras personas.
Sobre todo, evidentemente, nos vienen de nuestros padres, miedos que, cuando somos muy pequeños, no podemos evitar comprar y que, cuando somos mayores, es conveniente ir soltando.
Pero siempre hay gente que quiere vendernos sus miedos para hacerlos más reales. E incluso hay quien quiere vendernos miedos que ellos se niegan a tomar como forma de manipularnos, para que hagamos lo que a ellos le conviene.
No hemos de permitirlo. Hemos de confiar en nosotros, en nuestra propia madurez y en nuestra capacidad para decidir lo que nos conviene y lo que no.
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