El ser humano es profundamente inocente en su esencia. Y esa esencia es completamente incorruptible.
Por ignorancia el ser humano comete una enorme cantidad de errores. Se equivoca una y otra vez y, en su desesperación, sufre y hace sufrir enormemente.
Pero no por ello pierde esa inocencia esencial. La parte que se equivoca es tan sólo su parte más superficial.
Y es realmente una pena que sólo nos identifiquemos con esa parte superficial que va un tanto a ciegas por la vida y arrastrando, además dolorosas heridas del pasado.
Y es triste, también, que sólo solamos ver en los demás esa capa superficial de incertidumbre y confusión y que nos cueste ver la luz que eternamente brilla en su centro.
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